domingo, 26 de abril de 2015
1-El club
He de admitir que aquella cruda noche de viento y nieve me vestí algo más de prisa de lo normal. Era el veintitrés de diciembre de mil novecientos setenta y tantos; sospecho que lo mismo hicieron otros miembros del club. Es notoria la dificultad de encontrar taxi en Nueva York en noches tormentosas, así que pedí uno por teléfono a radio-taxi. Llamé a las cinco y media diciendo que pasaran a recogerme a las ocho en punto (mi esposa arqueó una ceja, pero se abstuvo de hacer comentarios). A las ocho menos cuarto estaba yo abajo, en el doselete del edificio de apartamentos de la calle Cincuenta y ocho Este en el que Ellen y yo vivíamos desde mil novecientos cuarenta y seis; a las ocho y cinco, cuando ya el taxi se retrasaba cinco minutos, caminaba impaciente arriba y abajo.
El taxi llegó a las ocho y diez; pero cuando al fin subí, estaba demasiado contento por su llegada y por poder librarme del viento como para mostrar al chofer la justificada indignación que sentía por su retraso. Al parecer el viento que soplaba aquella noche formaba parte de un frente frío procedente del Canadá y era realmente fuerte. Silbaba y gemía en la ventanilla del taxi, apagando de vez en cuando la salsa que emitía la radio y haciendo tambalearse al gran vehículo Checker sobre las ballestas. Había aún muchas tiendas abiertas, pero apenas se veían compradores de última hora en las aceras; y los pocos que se veían, parecían realmente incómodos y afligidos.(...)
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He de admitir que aquella cruda noche de viento y nieve me vestí algo más de prisa de lo normal. Era el veintitrés de diciembre de mil novecientos setenta y tantos; sospecho que lo mismo hicieron otros miembros del club. Es notoria la dificultad de encontrar taxi en Nueva York en noches tormentosas, así que pedí uno por teléfono a radio-taxi. Llamé a las cinco y media diciendo que pasaran a recogerme a las ocho en punto (mi esposa arqueó una ceja, pero se abstuvo de hacer comentarios). A las ocho menos cuarto estaba yo abajo, en el doselete del edificio de apartamentos de la calle Cincuenta y ocho Este en el que Ellen y yo vivíamos desde mil novecientos cuarenta y seis; a las ocho y cinco, cuando ya el taxi se retrasaba cinco minutos, caminaba impaciente arriba y abajo.
El taxi llegó a las ocho y diez; pero cuando al fin subí, estaba demasiado contento por su llegada y por poder librarme del viento como para mostrar al chofer la justificada indignación que sentía por su retraso. Al parecer el viento que soplaba aquella noche formaba parte de un frente frío procedente del Canadá y era realmente fuerte. Silbaba y gemía en la ventanilla del taxi, apagando de vez en cuando la salsa que emitía la radio y haciendo tambalearse al gran vehículo Checker sobre las ballestas. Había aún muchas tiendas abiertas, pero apenas se veían compradores de última hora en las aceras; y los pocos que se veían, parecían realmente incómodos y afligidos.(...)
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