domingo, 26 de abril de 2015
A primera hora de una tarde de mayo de 1963, un joven caminaba de prisa por la Tercera Avenida de Nueva York, con la mano en el bolsillo. La atmósfera era apacible y hermosa, y el sol se oscurecía gradualmente pasando del azul al sereno y bello violeta del crepúsculo. Hay personas que aman la ciudad, y ésa era una de las noches que hacían amarla. Todos los que estaban en los portales de las tiendas de comestibles y las tintorerías y los restaurantes parecían sonreír. Una anciana que transportaba dos bolsas de provisiones en un viejo cochecito de niño le sonrió al joven y le gritó: «¡Adiós, guapo!» El joven también le sonrió distraídamente y la saludó con un ademán. Ella siguió su camino, pensando: Está enamorado. Eso era lo que reflejaba en su talante. Vestía un traje gris claro, con la angosta corbata un poco ladeada y el botón del cuello de la camisa desabrochado. Su cabello era oscuro y lo llevaba corto. Su tez era blanca, sus ojos de color azul claro. Sus facciones no eran excepcionales, pero en esa plácida noche de primavera, en esa avenida, en mayo de 1963, era realmente guapo, y a la anciana se le ocurrió pensar fugazmente, con dulce nostalgia, que en primavera todos pueden parecer guapos..., si marchan apresuradamente al encuentro de la dama de sus sueños para cenar con ella y quizá para ir después a bailar. La primavera es la única estación en la que la nostalgia nunca parece agriarse, y la anciana continuó su marcha satisfecha de haberle hablado y contenta de que él le hubiera devuelto el cumplido con un ademán esbozado.(...)
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