domingo, 26 de abril de 2015
—Más delgado —susurró el viejo gitano de nariz macilenta a William Halleck, mientras éste y su esposa, Heidi, salían del juzgado.
Sólo una palabra, emitida con su aliento dulzón y empalagoso.
—Más delgado.
Y antes de que Halleck pudiera apartarse, el viejo gitano alargó la mano y acarició su mejilla con un dedo contrahecho. Sus labios se ofrecían abiertos como una herida, mostrando unos pocos dientes que sobresalían de sus encías. Eran verdes y negruzcos. Su lengua se retorció entre ellos y luego se deslizó por sus sonrientes y amargos labios.
—Más delgado.
Este recuerdo asaltó a Billy Halleck, oportunamente, mientras se hallaba de pie en la balanza, a las siete de la mañana, con una toalla enrollada a la cintura. El aroma de los huevos con tocino llegaba desde el piso de abajo. Tuvo que inclinarse levemente hacia delante para leer los números. Bueno..., en realidad, tuvo que inclinarse hacia delante algo más que levemente. En realidad, se inclinó más de la cuenta. Era un hombre gordo. Demasiado grueso, como al doctor Houston le gustaba decir.
Por si alguien no te lo dice, permíteme informarte —le había dicho Houston después de su último chequeo—. Un hombre de tu edad, ingresos y hábitos entra en el club del infarto, más o menos, a los treinta y ocho años, Billy. Tienes que perder algo de peso.(...)
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Sólo una palabra, emitida con su aliento dulzón y empalagoso.
—Más delgado.
Y antes de que Halleck pudiera apartarse, el viejo gitano alargó la mano y acarició su mejilla con un dedo contrahecho. Sus labios se ofrecían abiertos como una herida, mostrando unos pocos dientes que sobresalían de sus encías. Eran verdes y negruzcos. Su lengua se retorció entre ellos y luego se deslizó por sus sonrientes y amargos labios.
—Más delgado.
Este recuerdo asaltó a Billy Halleck, oportunamente, mientras se hallaba de pie en la balanza, a las siete de la mañana, con una toalla enrollada a la cintura. El aroma de los huevos con tocino llegaba desde el piso de abajo. Tuvo que inclinarse levemente hacia delante para leer los números. Bueno..., en realidad, tuvo que inclinarse hacia delante algo más que levemente. En realidad, se inclinó más de la cuenta. Era un hombre gordo. Demasiado grueso, como al doctor Houston le gustaba decir.
Por si alguien no te lo dice, permíteme informarte —le había dicho Houston después de su último chequeo—. Un hombre de tu edad, ingresos y hábitos entra en el club del infarto, más o menos, a los treinta y ocho años, Billy. Tienes que perder algo de peso.(...)
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