domingo, 26 de abril de 2015
Y CONTANDO...
La mujer estudió el termómetro bajo la luz blanquecina que se colaba por la ventana. Más allá de ésta, entre la llovizna, se alzaban los demás rascacielos de viviendas de Co-op City, como las grises torres de vigilancia de un penal. Abajo, en el hueco de ventilación, las cuerdas de tender la ropa se arqueaban bajo el peso de los harapos recién lavados. Entre la basura merodeaban ratas y rollizos gatos callejeros.
La mujer se volvió hacia su marido, que estaba sentado a la mesa contemplando la Libre-Visión en actitud de constante e inexpresiva concentración. No era normal en él. Llevaba semanas sentado ante el aparato, cuando lo odiaba. Siempre lo había odiado. Naturalmente, en cada piso debía haber un Libre-Visor —lo decía la Ley—, pero todavía era legal desconectarlo. La ley de Prestación Obligatoria de 2021 no había conseguido la mayoría necesaria, de dos tercios, por seis votos. Habitualmente, nunca miraban los programas. Sin embargo, desde que Cathy se había puesto enferma, el hombre no había hecho más que seguir, uno tras otro, todos los concursos con grandes premios en metálico. Y esa actitud llenaba de temor a la mujer.
Detrás de los chillidos apremiantes del locutor que narraba el último boletín de noticias en el intermedio, los gemidos de Cathy, febriles a causa de la gripe, llegaban hasta la pareja incesantemente.
—¿Cómo está? —preguntó Richards.
—No muy mal.(...)
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La mujer estudió el termómetro bajo la luz blanquecina que se colaba por la ventana. Más allá de ésta, entre la llovizna, se alzaban los demás rascacielos de viviendas de Co-op City, como las grises torres de vigilancia de un penal. Abajo, en el hueco de ventilación, las cuerdas de tender la ropa se arqueaban bajo el peso de los harapos recién lavados. Entre la basura merodeaban ratas y rollizos gatos callejeros.
La mujer se volvió hacia su marido, que estaba sentado a la mesa contemplando la Libre-Visión en actitud de constante e inexpresiva concentración. No era normal en él. Llevaba semanas sentado ante el aparato, cuando lo odiaba. Siempre lo había odiado. Naturalmente, en cada piso debía haber un Libre-Visor —lo decía la Ley—, pero todavía era legal desconectarlo. La ley de Prestación Obligatoria de 2021 no había conseguido la mayoría necesaria, de dos tercios, por seis votos. Habitualmente, nunca miraban los programas. Sin embargo, desde que Cathy se había puesto enferma, el hombre no había hecho más que seguir, uno tras otro, todos los concursos con grandes premios en metálico. Y esa actitud llenaba de temor a la mujer.
Detrás de los chillidos apremiantes del locutor que narraba el último boletín de noticias en el intermedio, los gemidos de Cathy, febriles a causa de la gripe, llegaban hasta la pareja incesantemente.
—¿Cómo está? —preguntó Richards.
—No muy mal.(...)
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