domingo, 26 de abril de 2015
En algún lugar, muy alta en el cielo, debía brillar la luna y enviar sus rayos a la tierra, pero
aquí, en Tarker's Mills, una tormenta de enero había ocultado el cielo con la nevada. El viento soplaba con violencia por la desierta Center Avenue. Las máquinas quitanieves, pintadas de color butano, hacía ya mucho tiempo que decidieron dejar su inútil trabajo.
Arnie Westrum, el jefe de señales del ferrocarril GS WM, había quedado aislado por la tormenta en una pequeña caseta de señales a unas nueve millas de la ciudad. La nieve había bloqueado su pequeño automotor a gasolina y decidió esperar a que pasara la tempestad, matando el tiempo con un solitario con su grasienta baraja. Afuera el viento pareció lanzar un agudo grito. Westrum, intranquilo, levantó la cabeza, pero casi en seguida volvió a bajar los ojos para concentrarse en el juego. ¡Al fin y al cabo sólo podía tratarse del viento!...
Pero el viento no suele arañar las puertas, ni gemir como pidiendo que se le deje entrar.
Westrum se puso en pie. Un hombre alto, flaco y larguirucho con chaquetón de lana sobre su mono de ferroviario; un cigarrillo Camel le colgaba de la comisura de los labios. Su cara arrugada, típica de los habitantes de Nueva Inglaterra, se iluminó con los tonos suavemente anaranjados de la luz de la lámpara de queroseno que colgaba de una de las paredes de la caseta.
De nuevo sonó aquel ruido, como si alguien arañara en la parte de fuera de la puerta. Debe de ser algún perro extraviado que quiere que lo deje entrar, pensó Westrum. Sí, no puede ser otra cosa... Sin embargo no pudo evitar cierta vacilación. Sería inhumano dejarlo fuera con ese frío, se dijo a sí mismo, aunque no puede decirse que haga calor en la caseta (pese a la estufa eléctrica alimentada por una batería, podía ver los halos de vapor que se escapaban de su boca cuando respiraba). Y no obstante seguía dudando. El helado dedo del miedo parecía taladrarle el pecho, exactamente por debajo del corazón. Tarker's Mills estaba pasando una mala temporada y habían corrido terribles presagios por el pueblo. A Arnie, por cuyas venas corría profusamente la sangre galesa de su padre, no le gustaban nada las cosas que estaban ocurriendo.(...)
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aquí, en Tarker's Mills, una tormenta de enero había ocultado el cielo con la nevada. El viento soplaba con violencia por la desierta Center Avenue. Las máquinas quitanieves, pintadas de color butano, hacía ya mucho tiempo que decidieron dejar su inútil trabajo.
Arnie Westrum, el jefe de señales del ferrocarril GS WM, había quedado aislado por la tormenta en una pequeña caseta de señales a unas nueve millas de la ciudad. La nieve había bloqueado su pequeño automotor a gasolina y decidió esperar a que pasara la tempestad, matando el tiempo con un solitario con su grasienta baraja. Afuera el viento pareció lanzar un agudo grito. Westrum, intranquilo, levantó la cabeza, pero casi en seguida volvió a bajar los ojos para concentrarse en el juego. ¡Al fin y al cabo sólo podía tratarse del viento!...
Pero el viento no suele arañar las puertas, ni gemir como pidiendo que se le deje entrar.
Westrum se puso en pie. Un hombre alto, flaco y larguirucho con chaquetón de lana sobre su mono de ferroviario; un cigarrillo Camel le colgaba de la comisura de los labios. Su cara arrugada, típica de los habitantes de Nueva Inglaterra, se iluminó con los tonos suavemente anaranjados de la luz de la lámpara de queroseno que colgaba de una de las paredes de la caseta.
De nuevo sonó aquel ruido, como si alguien arañara en la parte de fuera de la puerta. Debe de ser algún perro extraviado que quiere que lo deje entrar, pensó Westrum. Sí, no puede ser otra cosa... Sin embargo no pudo evitar cierta vacilación. Sería inhumano dejarlo fuera con ese frío, se dijo a sí mismo, aunque no puede decirse que haga calor en la caseta (pese a la estufa eléctrica alimentada por una batería, podía ver los halos de vapor que se escapaban de su boca cuando respiraba). Y no obstante seguía dudando. El helado dedo del miedo parecía taladrarle el pecho, exactamente por debajo del corazón. Tarker's Mills estaba pasando una mala temporada y habían corrido terribles presagios por el pueblo. A Arnie, por cuyas venas corría profusamente la sangre galesa de su padre, no le gustaban nada las cosas que estaban ocurriendo.(...)
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