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martes, 19 de mayo de 2015



[No se recomienda que lo lean las personas de poco criterio o demasiado moralistas]
Leonel había escuchado rumores acerca de un burdel clandestino en el centro de la ciudad, decían que en ese lugar se llevaban a cabo toda clase de perversiones, desde BDSM hasta canibalismo, zoofilia, coprofilia e incluso necrofilia; claro que el costo variaba de acuerdo a la perversión deseada.
Él siempre había sido un pedófilo en secreto, se paseaba constantemente fuera de las primarias observando con lascivia a las pequeñas niñas en sus uniformes escolares, imaginando sus cuerpos poco desarrollados debajo de estos. Deseaba tanto poseerlas como matarlas a golpes, pero por supuesto, aquello era ilegal. La Deep Web era un paraíso para él: miles de fotos de pequeñas niñas desnudas realizando actos sexuales y algunas incluso siendo maltratadas, todas clasificadas por edades; sus preferidas eran las de siete años porque consideraba que dejaban de parecer bebés para empezar a tener un poco de femineidad.
Así pasaba sus solitarias tardes, masturbándose con aquellas pequeñas sin nombre, deseando poder realizar su fantasía pero controlándose al saber que terminaría en prisión. Por ello, en cuanto escuchó sobre aquel burdel sus ojos se iluminaron. Ahorraría hasta el cansancio, no le importaba cuál fuera el precio: quería poseer una de esas lolitas.
Cuando por fin juntó una suma considerable de dinero, acudió a la dirección que le había sido indicada. Era un viejo edificio que lucía abandonado, en la entrada estaba una anciana pidiendo limosna con una niña de aproximadamente cuatro años, sucia y harapienta. “Espero que ésa no sea la clase de niñas que hay dentro”, pensó él. Le habían dicho que le preguntara a la señora por “Liss”, y así lo hizo.
—Le puedo decir dónde encontrarla, pero… ¿está seguro de querer verla?
Leonel respondió afirmativamente, y tras darle un par de billetes a la anciana, ésta le señaló una puerta en el interior del edificio. Él percibió un extraño aroma que le recordó su visita a alguna mina, pero lo ignoró y siguió caminando hasta la puerta. Detrás de ella había unas escaleras descendentes de las que provenían música y luces danzantes. Tal parecía que estaba en el lugar indicado.
Al final de las escaleras había una larga estancia en la que se estaba realizando una orgía. Eran al menos veinte personas teniendo sexo simultáneamente, todos poseían cuerpos hermosos y tentadores. Observó en particular a las mujeres de piel que parecía cincelada por Miguel Ángel, de largas cabelleras rubias, castañas, pelirrojas, delgadas y con curvas, pero todas de una excepcional belleza; sin embargo, dentro de toda la bacanal no había una sola niña, y esto lo decepcionó bastante.
—¿Quieres unirte? —le preguntó una mujer de largo cabello castaño y ropa formal pero provocativa. Leonel rechazó la propuesta y averiguó que aquella mujer era Liss. Le dijo lo que deseaba y ella le pidió que la siguiera hasta su oficina. Ahí rebuscó entre una larga biblioteca y extrajo una carpeta azul que le entregó.
—Éste es nuestro catálogo de niñas de entre seis y nueve años, están ordenadas por fecha de nacimiento. Avíseme cuando encuentre alguna de su agrado.
Leonel pasó aquellas hojas, tenían varias fotografías de cuerpo completo y debajo de ellas un nombre y algunos datos: “le gusta morder”, “buena para trabajos manuales”, “muda”, “sin dientes”… Ninguna le llamaba del todo la atención hasta que vio una fotografía que resaltaba entre las demás: una hermosa pelirroja de ojos color miel: “Haley R.: tímida, recién llegada, sin usar”. Rozó ligeramente la fotografía con el dedo índice. Supo que era la correcta y así se lo dijo a la mujer.
—Perfecto, ¿y será desechable?
—¿Disculpe?
—Me refiero a que si no podremos ocuparla después, ¿piensa cercenarla o comerla?
—Ah, claro, será desechable.
—En eso caso, ¿quiere algunas herramientas en la habitación?
—Sí, eso estaría bien.
—Perfecto, y ¿gusta de algún escenario en especial? ¿Un confesionario, un manicomio, un salón de clases?
—El salón de clases —dijo él inmediatamente.
—Entonces supongo que le gustaría que la niña llevara un uniforme escolar.
—Sería excelente.
—Es usted demasiado predecible, pero me parece bien, la habitación estará lista en una hora, mientras tanto puede unirse a la orgía en la estancia.
Leonel regresó a contemplar la maraña de cuerpos, eran diferentes participantes pero igual de bellos que los primeros. Se sentó en un sillón a observar aquella actividad, supuso que se le cobraría más si participaba, así que se contuvo, aunque en realidad aún no había preguntado cuál sería el precio. No que importara, tenía suficiente dinero como para pagar una casa.
Una hermosa joven desnuda se acercó a él con una charola repleta de rollos de sushi y unas cuantas copas de lo que parecía vino.
—Son… ¿humanos? —preguntó nervioso, creyendo que aquella chica se reiría de él.
—Sólo la mitad de la derecha, tenemos algunos clientes quisquillosos.
—¿Y exactamente de qué son?
—Los california tienen pezón, los filadelfia tienen vagina y los tampico corazón. De beber tengo sangre A+, O+ y vino espumoso, ¿gusta algo? —Leonel pidió un poco de todo, y le preguntó a la mujer si unirse a la orgía tendría un costo adicional.
—Oh, no se preocupe, ya es demasiado lo que cobramos por su fantasía como para cobrar extras.
—¿Y si no me alcanza para pagarles?
—Siempre se cumplen los pagos —dijo ella apenas conteniendo una sonrisa perversa.
Mordisqueó su sushi de pezón y jugueteó con él en su lengua, eso lo excitó bastante. Miró hacia la masa de cuerpos frente a él: una bella mujer pelirrosa con una perforación en la lengua le realizaba un cunnilingus a una chica tatuada y lo miraba incitadoramente; él no pudo contenerse más y se quitó los pantalones exponiendo una gran erección que de inmediato introdujo en la vagina de la mujer perforada. Ella gimió de placer y comenzó a lamer más rápidamente a su compañera que comenzó a gritar histéricamente que quería ser devorada. Un hombre se acercó a ella, pero Leonel estaba muy distraído como para notarlo. Escuchó algunos gritos pero no le importó hasta que fue salpicado de un líquido; abrió los ojos y se dio cuenta de que entre la pelirrosa y un hombre se habían comido la vagina y el rostro de la tatuada. Esto lo sorprendió un poco, pero lo excitó más y terminó eyaculando dentro de la pelirrosa, y se retiró de la orgía mientras los demás continuaban aun con aquel cadáver entre ellos.
Tras unos quince minutos Liss apareció de nuevo.
—Su habitación está lista, es la 302 —dijo ella y le entregó su llave.
—Disculpe… aún no hemos hablado de cuánto me costará esto.
—Lo trataremos después de que termine, usted sólo disfrute la experiencia.
Tomó el elevador y llegó al cuarto piso, el lugar no se veía distinto de cualquier hotel. Buscó el cuarto 302 y abrió la puerta nervioso.

La habitación era una réplica exacta de un salón de clases, estaban el pizarrón, el escritorio del profesor y unas diez bancas ordenadas, además de las herramientas que le habían prometido. En la primera fila estaba su ángel uniformado, “Haley”. Era mucho más bella en persona, su piel parecía de porcelana. Cerró la puerta con seguro y se acercó a ella, era tan perfecta y por fin era suya, no podía esperar, su pene reaccionó con tan sólo verla.
Se puso en cuclillas frente a ella y la besó, la boca inexperta de la niña apenas se movía mientras él introducía su lengua por su garganta, su mano se deslizaba por sus delgados muslos y rápidamente la despojó de su ropa interior. Colocó a la niña en el suelo y le abrió las piernas, comprobando que aún era virgen. En tanto observaba su inmaculada y rosácea vagina, no pudo evitar lamerla como loco; miró el rostro de la niña que cerraba fuertemente los ojos, la tomó de la cabeza y le ordenó que lo mirara. Ella obedeció, entonces la desvirgó bruscamente, la expresión en su rostro valdría cualquier precio, ¡CUALQUIERA!
La pequeña comenzó a sollozar y lágrimas brotaron por sus delicadas mejillas. Leonel se excitaba cada vez más, abofeteó a la niña fuertemente hasta que su rostro tuvo un tono rojizo, luego tomó un martillo y comenzó a clavarle la parte posterior en el rostro y el pecho mientras la penetraba más y más rápidamente, hasta que no pudo más y se corrió en el rostro desecho de la niña. Después de eso, no le importaba cuánto cobrarían, podía dar su casa, su auto, se podían llevar hasta a su madre y no le importaría.
Salió de aquella habitación bañado de sangre y con un enorme gesto de satisfacción, encontrándose de nuevo con Liss.
—Veo que ha quedado conforme.
—Bastante, y estoy listo para pagar, valió totalmente la pena.
—Me alegra oír eso, ya que el precio es un poco más elevado de lo que piensa.
—Bueno, he ahorrado suficiente para esto, ¿cuánto será?, ¿veinte mil?, ¿treinta mil?
—No señor, no nos interesa su dinero.
—¿Entonces cómo voy a pagarle?
—Bueno, digamos que será proporcional a su placer… —dijo ella antes de conducirlo a otra habitación sin número.
Le ató los brazos a unas esposas que colgaban del techo y las piernas con otras que estaban en el suelo. Leonel pensó que un negro de dos metros podría violarlo y aun así habría valido la pena, pero lo que apareció en aquel cuarto fueron seis niñas, todas pelirrojas y no mayores de ocho años. Pensó que estaba en el paraíso hasta que las niñas comenzaron a rodearlo, y de pronto lo mordieron vorazmente, arrancándole la piel de sus brazos, abdomen y piernas, tras lo cual salieron corriendo. Nunca había sentido un dolor similar, el cuerpo le ardía terriblemente y no dejaba de sangrar.
—¡Ya pagué el precio! ¿Contentos? ¡Déjenme salir! —gritó histérico intentando liberarse de las esposas; sin embargo, sólo apareció una pequeña niña de nuevo, se parecía demasiado a Haley, pero no era posible, Haley estaba muerta.
Ella presionó un botón y Leonel pudo escuchar un ruido similar a un taladro que provenía de debajo de sus piernas; el sonido se fue acercando, hasta que pudo sentir cómo, en efecto, un taladro comenzaba a empalarlo lentamente.
—¡Detente! ¡Ya lo entendí, no volveré a hacerlo! ¡Me alejaré de las niñas pequeñas! —le gritó a la niña que sonreía maliciosamente sin dejar de presionar el botón.
El taladro seguía avanzando a través de los órganos de Leonel, causándole un terrible dolor como el que jamás hubiera imaginado. Comenzó a sangrar por la boca y a convulsionarse. El sufrimiento era insoportable y sólo deseaba morir. Finalmente, el taladro salió por su boca con rastros de intestino deshecho, y sólo entonces él quedó inconsciente.
Al día siguiente Leonel despertó en su cama sobresaltado y con un terrible dolor en el abdomen. “Todo fue un sueño, un terrible sueño”, pensó, hasta que sintió cierta humedad en su cobija: estaba llena de sangre. Miró su abdomen y aún conservaba algunas de las mordidas hechas por aquellas niñas, y en su buró estaba una tarjeta de presentación:
“El Burdel de las Parafilias. Vuelva pronto”.

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